Por: Luis Araya Cortez, Neurólogo. Dpto. Bioética Universidad de Chile
Planteo la pertinencia como la justa presencia y oportunidad de la enseñanza de la historia, como parte del currículum de pregrado de la carrera de medicina y también en el de las demás carreras de la salud, pues siendo el objetivo final común, es bueno suponer que el conocer mejor ese origen común, ahonde y perfeccione el sentido de trabajo en equipo de los diversos estudiantes y profesionales de la salud.
El lugar que debe ocupar debe revisarse también; ¿a inicios de la carrera, cuando el entusiasmo y la mirada romántica es de mayor presencia en el estudiante? ¿O cerca de su término, cuando la madurez le permite apreciar con mayor perspectiva su significado e importancia?
Existen muchísimas reflexiones y opiniones etc., pidiendo mayor atención y valoración del significado y de la relevancia primordial que tiene en el curriculum formativo del estudiante de medicina, el conocer la historia de lo que va a ser su profesión y su modo de ver y vivir gran parte de su existencia. Pero su real aplicación es casi nula, en los hechos.
No puede omitirse o soslayarse la historia de la medicina como la base sobre la que se asentará su saber y su práctica y el lugar que le corresponderá cumplir en ésta personalmente, pues, de otro modo, se le limita y distorsiona la visión y la comprensión de cuál es o será su lugar en este continuo y que su propia historia, está inevitablemente ligada a la previa y al no conocerla, mal podrá entender su lugar en la misma, ni proyectarse en ella.
No considero el aprendizaje de la Historia en general ni el de la medicina en particular, como un saber dogmático inamovible ni una obligación perentoria, sino como un proceso de descubrimiento en el cual el inicio y el fin del mismo, no son mensurables ni calificables en una escala de notas, sino que llevan a quien se embarca en su descubrimiento y conocimiento a varias posibles reflexiones o conclusiones como podrían ser algunas de las siguientes: “no hay nada nuevo bajo el sol”; o “sólo sé que nada sé”; o “avanzamos, pues, estamos a hombros de gigantes”; o “no soy yo el primero en saber o pensar esto o aquello”. Cualesquiera de estas conclusiones nos hacen más humildes, sobre real la posibilidad de saber, o de que casi todo lo sabremos alguna vez, no es nada comparado con lo que se seguirá ignorando, y que casi todo lo pensable ya está pensado. A la vez, nos abren a la posibilidad de conocer a otros que, antes que nosotros, fueron, estuvieron o pensaron e hicieron cosas que nunca habríamos sabido de no habernos tomado el tiempo para informarnos y lo más relevante: nos generan asombro, nos motivan y nos sirven de ejemplo.
Es, en este sentido, que al hacer el ejercicio de preguntar al azar -en este tiempo de pandemias, cuarentena, Covid-19 etc.-, a médicos o estudiantes, por Marcos Macuada, la respuesta suele ser de desconcierto y negativa o en el mejor de los casos: “sí…algo me suena”.
Se podría especular mucho para explicar este desconocimiento (sobre todo de orden pragmático o funcional), pero ello no es relevante. A mi modo de ver, hemos sido nosotros mismos, los médicos, quienes hemos abandonado nuestra historia.
Y ya no es parte relevante del currículum del programa de medicina, ni de la vida de la mayoría de los médicos.
Nos corresponde a nosotros mismos, por ende, devolverle el estatus que en verdad tiene.