Filantropía y salud en Chile: Reflexiones sobre un vínculo histórico

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Jorge Luis Gaete
Doctor (c) en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile


 

En 2025, se espera que se inauguraren nuevos recintos sanitarios, destacando los nuevos Hospitales Sótero del Río y Salvador, que verán incrementadas sus dependencias, junto a una decena de proyectos en ejecución de norte a sur del país. Fruto de un trabajo mancomunado entre el ministerio de Obras Públicas y el ministerio de Salud, esta iniciativa, aunque no exenta de conflictos por retrasos en las obras, forma parte de una política de Estado que apunta a dotar a la salud pública nacional de más y mejor infraestructura, que responda a las necesidades de la población.

Hace más de un siglo, el panorama era muy distinto. La Beneficencia Pública, encargada de administrar los recintos sociosanitarios desde los inicios de la República, gestionaba asilos, hospicios, hospitales y lazaretos, principalmente para personas de escasos recursos. Su administración se organizaba a través de departamentos o Juntas en todo el país, con directorios locales conformados por representantes del mundo médico, político y religioso. Sin embargo, una figura clave en el desarrollo sanitario de la época fue el filántropo, cuyo aporte resultó fundamental para la sostenibilidad y expansión de la infraestructura de salud.

Los filántropos, personas que contribuyeron con su dinero y su tiempo para el trabajo de la Beneficencia, desempeñaron un rol clave en aquella época, porque su labor permitió financiar, en promedio, el 50% de los gastos de la entidad, mientras el Estado contribuía con el porcentaje restante. Ejecutaron inversiones bancarias, canalizaron montos provenientes de censos y capellanías, y realizaron todo tipo de labores que los consolidaron como figuras de renombre en la Beneficencia y en la sociedad. Sobre todo, tal como ocurrió en diversos países del mundo, contribuyeron con donaciones y/o legados testamentarios para erguir recintos hospitalarios.

Hay diversos ejemplos que clarifican este nexo. Juana Ross Edwards sostuvo gran parte de la infraestructura sanitaria de Valparaíso. Ramón Barros Luco, en Santiago, apoyó constantemente al mundo hospitalario, al igual que su hermana, Matilde Barros, quien ayudó a la Casa de Huérfanos y al Hospital San Vicente. Su tío, José Joaquín Luco, y su esposa, Mercedes Valdés Cuevas, gestaron la edificación del Hospital General Mixto, el cual hoy lleva el nombre del ex presidente de la República. Manuel Arriarán, por su parte, generó la construcción del hospital para niños, dentro del actual San Borja Arriarán, labor que también replicó su familia en otros espacios. Y, nombres como Daniel Bernales Lazcano, Columbano Recabarren, Valentín Errázuriz, Abraham Ovalle, Ismael Valdés Valdés, Abraham del Río, Arturo Lyon Peña, Ventura Blanco Viel y Blas Vial Guzmán, entre tantos otros, fueron activos colaboradores de la Beneficencia que se relacionaron directa e indirectamente con la filantropía, contribuyendo también al desarrollo sanitario nacional.
En definitiva, a pesar del protagonismo que asumió el Estado en cuanto a enfrentar la salud como un derecho de la población, siempre es útil pensar históricamente en el rol que tuvieron las y los filántropos en la construcción de edificios sanitarios, hoy repensados para ser adaptados a los avances en construcción y tecnológicos del siglo XXI. Ello permite entenderlos como espacios que, más allá de las inspiraciones foráneas, fueron fruto de la voluntad de los particulares, además del mundo político e incluso la sociedad civil organizada. Se trata de vínculos que, en estos tiempos, necesitan seguir siendo reforzados para generar cohesión y mejoras constantes en torno a los espacios hospitalarios, tan fundamentales para la calidad de vida de la población.