Dr. Darío Villanueva
Se encuentra frente a mí la paciente, señora Josefina Cárdenas, profesora normalista jubilada hace varios años. Siempre hablaba de su profesión y sus alumnos, pero ahora me habló de su padre. Un carabinero que jubiló como sargento, y que fue siempre muy querido por la comunidad. Amaba a su familia, era un padre cariñoso con sus hijos, sin ningún tipo de vicios. Un orgullo para su familia, para su institución y para su país.
Agrega la señora Josefina, “peleó en la batalla de Ranquil”, le dieron una medalla de reconocimiento que yo heredé por ser la hija mayor.
Yo jamás había escuchado hablar de esta batalla y para no evidenciar mi ignorancia me quedé callado. Llegué a mi casa directo a Google y esto fue lo que encontré:
“Todo ocurre en el contexto de la Guerra del Pacífico, el 23.07.1981, día en que se produce la firma del tratado entre Chile y Argentina, que entrega la Patagonia a los argentinos. Las autoridades chilenas ingresan un plan de desarrollo en el territorio de Lonquimay y establecen una zona de colonización. En ese año, el ejército chileno ocupaba Lima luego de la derrota de Perú en las batallas de Chorrillos y Miraflores. Ese mismo año se inicia un proceso de colonización luego que el ejército hubiera aplastado un levantamiento mapuche”.
Así fue como el Estado entregó en “arriendo” a un hacendado, Francisco Puelma, el fundo San Ignacio de Pemehue en Lonquimay, de 132.000 hectáreas. A su muerte, seis años después, sus hijos hacen las gestiones para inscribirlo como propio. Se trataba de una zona cubierta de bosques de araucarias milenarias, robles, coigües, mañíos de gruesos troncos, y se inicia una actividad maderera.
Entre los años 1881 y 1885, llegaron a esa zona más de 3.500 colonos europeos: suizos, franceses, españoles e italianos, que fueron reclutados por el Estado chileno y a los que se entregó 20 hectáreas de terreno para que pudieran vivir y trabajar. Todos estos territorios pertenecieron por siglos a mapuches pehuenches (hombres del pehuén o araucaria).
En 1928, el gobierno del presidente Carlos Ibáñez del Campo dictó un decreto que anula la cesión de terreno a los colonos de un sector de Lonquimay, de 400 hectáreas, para que sean entregadas a un hacendado de apellido Bunster que era propietario de tierras en la zona y que había sido alcalde de Angol y senador por la zona en dos oportunidades.
Sin embargo, a través de gestiones efectuadas por el profesor de la escuela de Lonquimay, quien lideró a un grupo de personas que viajaron a Santiago y lograron revertir esa orden y todo siguió como antes.
En 1934, se produce un cambio de gobierno y llega el presidente Arturo Alessandri Palma, quien nuevamente genera un decreto que anula el traspaso de tierras a los Pehuenches, y ordena el desalojo de las familias, para que el lugar sea traspasado a Bunster. Esto origina una insubordinación incontenible, se producen saqueos a las pulperías y resultan heridos de muerte un teniente de Carabineros y el dueño de la pulpería.
Ante esto, el presidente Alessandri ordena el desplazamiento de un destacamento de Carabineros con el propósito de terminar de inmediato cualquier acto de subordinación y alteración del orden público. Es así que se enfrentan los Carabineros con los rebeldes insubordinados, cayendo aniquiladas alrededor de 400 personas del lado de los trabajadores y Pehuenches. No se pudo conocer la cifra oficial de muertos, porque hubo cientos de desaparecidos y se explicó a la prensa que esas personas huyeron a Argentina y nunca volvieron.
Ese mismo año y en forma diligente, se genera una amnistía que además impide que se investiguen los hechos.
Es muy contradictorio que mientras miles de chilenos combatían y teñían con su sangre la arena del desierto, para conseguir las pretensiones que el Estado chileno les determinó: pelear por la “patria”, como el máximo ideal de ese momento; otros “chilenos” y también colonos no chilenos, se repartían esa misma zona de la patria: Lonquimay. No hubo tiempo para cuestionamientos, ya que todo el país tenía su mirada puesta en el norte.
Otra paciente de apellido Schwerter, que vive actualmente en Alemania, me contó en una oportunidad que su abuelo fue un político importante en el sur de Chile. En la comuna de Puerto Varas recibió 40 hectáreas por servicios prestados a la patria, pero ella -hidalgamente- reconocía que eso había sido un terreno indígena.