Adela Montero Vega – Profesora Asociada Facultad de Medicina Universidad de Chile
Para la formación de profesionales de la salud considero un punto crucial preguntarse, en primer lugar, cuáles son las necesidades que el país requiere para satisfacer las demandas en salud pública de la población, en particular de quienes presenten un mayor grado de vulnerabilidad.
Esta interrogante pudiera parecer obvia, sin embargo, no parece suficiente incluir en los programas de pre y postgrado una multiplicidad de temáticas si no se acompaña de la necesaria adquisición de competencias orientadas a fortalecer una relación clínica inclusiva y participativa, desde un enfoque de derechos y de género, que se base en la empatía y el respeto, fomentando el ejercicio de la autonomía para la toma de decisiones.
Pero tampoco pareciera ser suficiente este punto si a la vez no logramos transitar hacia una convivencia armónica y respetuosa al interior de los equipos de trabajo. Es por ello que las instituciones educacionales y quienes laboramos en ellas tenemos un rol y una responsabilidad única, no solo en la formación de futuras generaciones de profesionales, sino también en la promoción de una forma de relacionarnos en la que podamos internalizar que el respeto por la dignidad y libertad de todas y todos, considerando a las personas como fines en sí mismos, debiera ser condición esencial para un cambio social y cultural que en definitiva apunte hacia una sociedad más equitativa, solidaria e inclusiva.