Dr. Yuri Carvajal Bañados
Médico y salubrista. Doctor en Salud Pública. Epidemiólogo Hospital Carlos Van Buren. Editor CMS.
En el debate sobre protección social en que se encuentra el país, es útil echar una mirada al pasado. La colonia tiene claves sobre nuestros problemas que pueden ser útiles para entender el presente. Sin desconocer que lo social es un producto moderno y republicano, y que la noción de que existe un problema denominable cuestión social y que es necesario y deseable tomar medidas para su administración, es asunto muy propio de la modernidad centro europea de la segunda mitad del siglo XIX.
Aunque la organización colonial no contiene el homúnculo de la protección social, de algún modo allí se construyeron instituciones y quehaceres que delinearon vías de desarrollo, formas de hacer y de funcionar, con las cuales la república debió construir su organicidad política y cuya presencia hoy es evidente.
En esa perspectiva, los hospitales coloniales, su dependencia religiosa y caritativa, conformaron un fuerte sector de salud no comercial, redistributivo y no secular. Los héroes independentistas y republicanos, que quitaron a la iglesia los establecimientos asistenciales buscando secularizarlos no pudieron transformarlos en instituciones puramente laicas, quizás porque es una utopía construir organizaciones de ese tipo al margen de toda religiosidad. El gobierno de Montt, por ejemplo, fue el introductor de las monjas Hijas de la Caridad en los hospitales públicos a partir de 1850.
También aquí puede residir la explicación de la excepcionalidad del sector salud chileno que es hasta ahora el único no privatizado de todo aquello que constituía la gestión pública del siglo XX. Las 7 modernizaciones de la dictadura pudieron privatizar casi todo: previsión, educación, servicios, bienes básicos, pero en los hospitales encontraron una valla infranqueable, ensamblada con fragmentos de instituciones de varios siglos.
Pues, durante la colonia, los cuidados de salud del régimen esclavista y de las formas de trabajo de peonaje e inquilinaje de la agricultura, requirieron regulaciones e instituciones que velaran por la sobrevida y la limitación de los maltratos.
La tasa de Santillán, por ejemplo, durante el siglo XVI condensa una serie de reglas establecidas como intromisión desde el Virreinato sobre la Provincia de Chile para poner coto a una explotación salvaje de los encomendados y garantizar su hospitalización cuando fuera necesario. Hernando de Santillán y Figueroa vino en su rol de letrado desde Perú haciendo gala de un particular dominio de las regulaciones del trabajo incásico, de modo que podía hibridizar las reglas coloniales con las formas preexistentes. En los hechos, reguló la edad y sexo de las encomiendas, obligó a cumplir la mita y estableció otras reglas de protección. Sin duda sus órdenes fueron incumplidas y luego de su trabajo sucedieron la Tasa de Gamboa, Tasa de Esquilache y la Tasa de Laso Vega.
A la luz de esta mirada, es posible entonces reparar en el hecho anómalo de que el Hospital Van Buren naciera recién en 1772 y no en los albores de la conquista como el de Santiago, Concepción o La Serena.
Una posible explicación de esta anomalía, es que el villorrio localizado en la caleta Quintil no tuvo un intenso trabajo de encomiendas y que fue sólo el incremento del comercio colonial con la llegada de tripulaciones con escorbuto y otros padeceres de la navegación del siglo XVIII, lo que decidió su instalación. Quillota era el centro minero y comercial de esa época, del cual Quintil era una periferia de menor orden.
Todas estas son cuestiones a explorar volviendo a estudiar la colonia, esa fuente intelectual e institucional de la medicina y la nación, que ninguna modernidad puede pasar por alto.