La antigua Escuela de Medicina y su entorno

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Dr. Álvaro Yáñez del Villar

El barrio donde se ubicaba la Escuela de Medicina era tranquilo y acogedor, caracterizado por su presencia y la de los Hospitales y Maternidad San Vicente, Roberto del Río, el sanatorio para tuberculosos San José, Hospital del Cáncer, el Psiquiátrico, Manicomio o Casa de Orates, el Servicio Médico Legal y el Cementerio General.

La población residente se notaba poco, frente a la masa de estudiantes, funcionarios de los hospitales, familiares de enfermos y deudos de fallecidos.

La Avda. Independencia tenía poco tráfico, limitado a escasos autos, los tranvías eléctricos de la línea 36 y antiguas y destartaladas “góndolas”, que a fines de los cuarenta fueron reemplazados por los Microbuses” o “liebres” y luego por buses, que podían llevar numerosos pasajeros, sentados o de pie.

En mis tiempos de estudiante, era muy popular el bus del recorrido Ñuñoa-Vivaceta, que pasaba a una cuadra de la Escuela por Gamero con Maruri, para llegara la Estación Mapocho, cruzar el Centro y la Alameda hacia el sur y por 10 de Julio, tomar Irarrázaval para terminar en Los Leones. El largo recorrido convertía el bus en entretenida tertulia de estudiantes de medicina.

Alrededor de la Escuela y Hospital San Vicente, funcionaban pequeños negocios. Había uno al frente, que cuando se ganaba la confianza del dueño, era posible entrar a su patio y bajo un parrón, pasar horas conversando y tomando chicha. Más allá, hacia el Mapocho, había un cinematógrafo rotativo -famoso por su enorme población de pulgas-, donde se podía pasar horas viendo la misma película o durmiendo.

Entre el puente Mapocho y la calle Borgoño, había un conjunto de grandes edificios, que aún existen, dependientes del Ministerio de Salud. Uno de ellos era sede del Instituto Bacteriológico. No imaginábamos, como estudiantes del primer año de medicina, en 1948, que en el año siguiente, el edificio vacío de la calle Borgoño sería el local de las Cátedras de Biología, Química, Bacteriología, Histología, Embriología y Bioquímica, hasta que concluyó la construcción de la actual Escuela de Medicina, edificada en el mismo lugar donde, a fines del siglo XIX, el Presidente Balmaceda había dispuesto construirla.

A veces, si al final de un largo día se llegaba hambriento y cansado al terminal de tranvías frente a la Estación Mapocho, era posible comerse una presa de pescado frito cocinado en la costanera, junto al Mapocho.

El barrio estaba identificado con las actividades docentes y clínicas. En él se encontraba de todo para la subsistencia básica y para compras especiales o trámites administrativos o de otro orden, el Centro de la capital estaba próximo.

Muchos estudiantes habían vivido arrendando piezas o casas en el vecindario, comúnmente denominadas “piuchenes”, de modo que no fue extraño que muchos, al titularse, se establecieran allí, en especial en las Avenidas Francia e Inglaterra. Esas calles adquirieron una característica especial, pues el arquitecto Luciano Kulczewski García (1896-1972), destacado por su sentido innovador, estético, funcional y social, construyó allí una población de casas de buena calidad, cómodas, funcionales, sencillas, dotadas de antejardín y patio, para familias de ingresos medios o modestos, con detalles en su fachada que las hacían diferentes unas de otras, evitando la monotonía y pobreza estética del común de las viviendas sociales, todas idénticas. El barrio aún conserva sus características y ha sido declarado zona de valor patrimonial.

Pienso que, en épocas de la vieja Escuela, había un fuerte sentido de pertenencia en relación a ese sector, debido a la infraestructura de salud y a la sociabilidad impuesta por lo académico y lo sanitario del barrio.

Se estudiaba, enseñaba, trabajaba, se creaban redes. Se vivía integrado a ese mundo. Posiblemente se estaba a gusto, se formaba parte activa de la comunidad y se amaba el lugar. ¿Ocurrirá ahora lo mismo alrededor de nuestros Centros de Salud?