Dr. Óscar Román A.
Cursaba tercer año de Medicina en el Hospital San Borja, cuando conocí a uno de los médicos del Servicio de medicina Interna, Cátedra de Semiología, al Dr. Luis Retamales Avendaño. Era un médico Internista, de edad mediana, afable, que, además desempeñaba turnos de Guardia en el Hospital de noche y festivos, junto a Cirujanos y Obstetras. A la vez, era Ayudante de la Cátedra de Semiología del Profesor Miguel Hermosilla, en la que estaba encargado de la docencia de un grupo de alumnos. Aunque no lo tuve como Ayudante, lo conocí más directamente, porque resultó ser hermano mayor de mi compañero de curso del 6° año de Humanidades del Liceo de Aplicación, Sergio, con quien, junto a otro compañero más, nos reuníamos a “copuchar”, tomando cerveza en mi casa, una vez al mes aproximadamente.
En una ocasión, Sergio me invitó a la casa de su hermano, con ocasión de su cumpleaños. Agradable y “dicharachera” reunión, en la que conocí a la familia del Dr. Retamales, que tenía tres hijos y el mayor, entraría a estudiar también Medicina.
Pasaron los años de la carrera de Medicina, y tuve la suerte de tomar un cargo de médico en el Servicio de Medicina del Hospital San Borja. Allí, de nuevo pude contactar con el Dr. Retamales. En una ocasión, lo acompañé a realizar un Seminario docente con varios alumnos de Semiología, y en un momento se interrumpió acercándose a la Pizarra y escribió: ivorista.
¿Qué significa?, preguntó. Los alumnos colgados. Y yo también. Dada no condición ya de Médico en ciernes, aventuré: “tal vez una enfermedad poco conocida”. Don Lucho sonrió y dijo: no es enfermedad patológica, pero es una enfermedad que ataca a los Médicos por ser tales.
Desconcierto total. Nadie sabía lo que ese término significaba. Con una sonrisa irónica, don Lucho preguntó: ¿Quién ha leído la novela histórica “La Ciudadela” de un Médico inglés, Archibald Joseph Cronin?
Rostros ignorantes. Yo la había leído, pero no entendía que pretendía mostrar mi amigo.
Ustedes no saben nada de historia de la medicina, nos apostrofó. En esa novela se describe a un “Ivorista”. Se trata de un médico especialista, cirujano, con gran clientela, auto y linda residencia, jefe del Departamento de Cirugía de la Clínica principal de la ciudad, y con gran fama de buen médico. El Médico General, actor principal de la novela, tiene un paciente grave que requiere intervención quirúrgica y acude donde su colega para que realice la operación, confiando en la capacidad del colega famoso. La intervención quirúrgica resulta en un absoluto fracaso, con gran sangramiento y defunción del paciente en la mesa operatoria.
Don Lucho nos mira y recuerda: “el Dr. que la embarró, a pesar de su gran fama y clientela elegante y numerosa, se llamaba Ivory De ahí que yo uso como apodo su apellido deformado al castellano, para denominar a los colegas que saben poco, pero tienen gran atracción y, por ello, gran clientela, pero que frecuentemente no son capaces de resolver diagnósticos complicados y tomar decisiones terapéuticas acertadas. En cambio, hay otra “ralea” de médicos que se matan trabajando en las Urgencias más difíciles y que no eluden tratar enfermedades complejas en pacientes muy graves, con honorarios justos y pequeños, pero con gran sensibilidad humana y social”.
En conclusión, no vayan a ser “ivoristas”, sino médicos sabios, capaces, trabajadores y con gran sensibilidad humana, concluyó.
Por supuesto, él era la antítesis real del ivorista.