Dr. Günter Selmann. Médico Pediatra y Psiquiatra infantil. Pdte. AMM
Hacia fines de marzo de 1985, Hanne, mi señora, a la que no se le había puesto la “I” en el pasaporte chileno, que impedía a los exiliados políticos la entrada a Chile, decidió viajar al país para estar en el 80º cumpleaños de su padre, el Opa Erwin. Sabía que le causaría una gran alegría poder celebrar esa fecha con sus dos hijas, pues no se podía saber si habría otra ocasión para verse, considerando su edad.
Hasta su viaje, no habíamos decidido nada respecto a un retorno definitivo.
El 8 de Marzo, ya estando muy feliz en Chile, se produjo el violento sismo que azotó las provincias de Santiago y Valparaíso. Hanne se encontraba en casa de su hermana Susi, su cuñado Pablo y sus dos sobrinos.
Algunos días después nos llamó desde Santiago.
– La celebración fue muy emocionante. El Opa se alegó muchísimo con un álbum de fotos que elaboramos y con el homenaje que le rindieron familiares y amigos.
– ¿Alguna novedad en tu estadía? ¿Posibilidades para nosotros si volvemos?
– Sí, tengo una novedad importante para ti. Prefiero hablar de eso a mi regreso.
Hanne regresa el domingo siguiente y yo estoy realmente ansioso de saber de qué se trata. Me hago muchas ilusiones.
La recibimos con mucho cariño, contentos de que no le hubiera pasado nada, ni por el sismo ni por el Estado policial en que aún estaba sumido el país, con casi catorce años de dictadura militar.
A la hora de once, estábamos todos reunidos en torno a ella: Liliana, la hija mayor muy atenta; Débora y Mario, casados hacía pocos meses, y David, con su cara de niño bueno, todos tremendamente expectantes.
-Bueno, la novedad que traigo es que a ti, Gunter, el PIDEE (un organismo asistencial de DD.HH.) te ofrece un trabajo. Necesitan con urgencia un médico para su trabajo en provincias. Hay otros candidatos, pero te darán preferencia, porque conocen tu experiencia y confían políticamente en ti. Quieren que regreses a Chile dentro de una semana.
Se produjo un silencio. Al primer momento yo no me siento sorprendido, porque en mi viaje, dos años antes, había estado con los directivos de esa ONG y les había manifestado mi interés por cooperar con ellos. Además, la llamada telefónica me había puesto sobre aviso.
Miro los rostros de mis hijos y de Mario y percibo la emoción retratada en ellos.
En más de una oportunidad habíamos conversado el tema de un posible retorno, pero, hasta ese momento no se había dado una posibilidad concreta. Mientras espero que se pronuncien, pienso que se dan las dos condiciones que yo me había impuesto para el regreso: conservar la capacidad de trabajo y tener la posibilidad real de aportar al retorno a la democracia.
La oferta que me traía Hanni cumplía los requisitos. Por lo tanto, yo no tenía dudas.
La decisión de Hanni se reflejaba en su cara. No dudaría en acompañarme. Su compromiso era igual al mío.
Seguía yo observando a los demás, esperando sus respuestas. Me imaginaba que, aun cuando las hijas ya hacían una vida bastante independiente, les sería duro, igual como a nosotros, la separación de la familia. David, el menor, estaba recién empezando su práctica como técnico automotriz y aún vivía con nosotros.
La hija mayor, Liliana, rompió el silencio:
-Nosotros aceptaremos tu decisión, papá. Para ser sincera, no me cuesta adivinar que ya lo has decidido positivamente, aun cuando no hayas dicho palabra.
Toma la palabra David:
-¿Sabes papá? Yo sé cuál es tu deseo y lo comparto enteramente.
Débora se mira con Mario y ella le pide con la mirada que exprese lo que sienten los dos:
-Si no regresas a Chile, no solo tú quedarías frustrado, sino también nosotros. Es tu oportunidad. Si no respondes a este pedido, quedaríamos muy desilusionados. Los niños y las familias chilenas que más han sufrido en estos años, te necesitan. Estaremos lejos de ti un tiempo, pero realizados, con el ejemplo tuyo y el de mamá.
Los he escuchado atentamente a todos y me siento orgulloso de mis hijos. Es el respaldo que necesitaba para decir: ¡Sí! ¡Vuelvo a Chile!