Drs. Gunter Seellman, Eduardo Fritis, Ramiro Herrera y Oscar Román.
El conocimiento científico se ha venido desarrollando por largo tiempo y ha tenido el efecto de moldear el carácter fundamental de las sociedades humanas. Su elemento básico, el método científico, ha permitido al hombre no solo conocer el Universo sino también satisfacer sus deseos de seguridad y progreso socio-económico, lo que se ha traducido en bienestar individual y colectivo, y adquisición de servicios y bienes en forma casi ilimitada.
El quehacer científico, con su acelerado desarrollo, ha permitido también la aplicación intensiva de la “tecnología” a la industrialización del mundo y también, a la racionalización de la organización social y al establecimiento de una división racional del trabajo humano. Sin embargo, la tecnología también ha sido acusada de interferir con algunas de las actividades propias del ser humano, como la ética social y la pérdida o reducción de las actividades laborales e intelectuales que desarrollan básicamente los seres humanos. Estas críticas han sido formuladas por grupos ecologistas, basadas en el antecedente histórico del pensamiento de Rousseau, filósofo francés, premonitor de la Ilustración, que puso en duda la bondad de un progreso del hombre en contra de la naturaleza, que ha provocado que éste sea profundamente desgraciado.
Pero la vanidad del hombre ha determinado que continuará la marcha de la Industrialización, con el consumismo resultante, de manera que cada avance de la tecnología y su séquito económico, van a crear una nueva necesidad por cada deseo a satisfacer.
La pregunta que surge es ¿puede la capacidad de la ciencia de aumentar la productividad económica y el progreso material, de modo de conseguir que el hombre sea más ético y moral? ¿Será posible que la tecnología pueda dominar nuestras vidas y su direccionalidad histórica?
Estas interrogantes surgen renovadas en la actualidad cuando nos enfrentamos a la cuarta revolución tecnológica, caracterizada por el avance de la Información, (info-tecnología), que ha impulsado el desarrollo de la llamada “Inteligencia Artificial”, que se ha expandido a todas las áreas del conocimiento y de las expresiones de la sociedad, como salud, economía, ambiente, etc. Ello está provocando marcados desafíos en las diversas áreas de la vida humana y, por supuesto, en la salud y en la educación, que nos importan básicamente a nosotros, los médicos.
La Inteligencia Artificial es un conjunto de tecnologías que poseen una base técnica, que son los algoritmos, conjunto ordenado de operaciones matemáticas, geométricas y científicas, que permiten encontrar la solución a un problema determinado si les entregamos un gran número de datos que permitan un resultado de la mayor exactitud posible.
Surgen de inmediato inquietudes: ¿quién construye el algoritmo y las máquinas (computadores) en que se realizan las operaciones? Los humanos lo han hecho. Se pensó que las máquinas inteligentes harían perder trabajo a la gente, pero no es tan así: requieren muchas personas especializadas. Además, se requiere recolectar los millones de datos necesarios, y también ello es obra y empleo humano.
En relación a la Medicina, el proceso de diagnóstico es el ejemplo perfecto para la Inteligencia Artificial. Para ello, es necesario recoger los datos patológicos ordenadamente y apoyándose en la estadística de probabilidades, se obtiene una adecuada proposición diagnóstica mediante la inferencia matemática con el teorema de Bayes. Este proceso dura minutos o segundos, si están las condiciones previas bien establecidas técnicamente.
Es probable que los beneficios para la Medicina y la sociedad humana sean importantes, porque habría una atención de salud mucho mejor, más barata y rápida para millones de personas, en particular a las que, por situación geográfica aislada, no reciben ningún tipo de atención habitualmente.