A propósito de dos Pedros y una calle

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Dr. Álvaro Yáñez del Villar

Don Pedro de Valdivia detuvo su cabalgadura. Por unos instantes contempló el paisaje que hacia el sur se ofrecía. Dejó escapar un suspiro de alivio.

Hacia su izquierda, más allá de los cerros que los guías incas denominaban Tupahue, se alzaba una alta y continua cordillera. Hacia su derecha, en lo que hoy denominamos Renca, había una cadena continua de cerros, también altos, cubiertos por vegetación. Pero lo que lo entusiasmó, fue el amplio territorio que se extendía hacia el sur, con suaves lomajes, cubiertos de espinos, arbustos, pastos y cursos de agua. Ese día habían terminado de cruzar la última barrera montañosa y aquí estaba el lugar donde fundaría Santiago del Nuevo Extremo.

El pequeño poblado que había fundado, creció lentamente, en la medida que llegaban más españoles, militares, personal administrativo y comerciantes, algunos con sus mujeres. La población creció a los pies del cerro Huelén, entre el río Mapocho por el norte y su brazo sur, llamado la Cañada, que posteriormente dejaría el espacio donde se construiría la Alameda.

Hacia el Norte, la ciudad limitaba con el lecho del río, más allá del cual se extendía el campo, con tierras de cultivo. La ribera norte del brazo principal del río se había cubierto de habitaciones precarias y chozas que no seguían el plano urbano y era un lugar escogido por la población popular para reunirse, comer, beber, bailar y divertirse. Era llamado la Chimba.

Por la ribera sur del río, la edificación de la ciudad terminaba en el amplio y pedregoso lecho del río, que se podía cruzar cabalgando o transitando por el Puente de Palos. Mucho después, a fines del siglo XVIII, se construiría un puente sólido, gracias al trabajo forzado de los presos de la Cárcel Pública. La obra determinó la formación de la actual calle Esmeralda. Debido a que se encontraba en los extramuros de la ciudad, las casas eran precarias y en ellas se instalaron pequeños comercios. Pero sobretodo, casas de fiesta, frecuentadas por empleados administrativos, militares, políticos y comerciantes, siendo en los primeros años de la República, Diego Portales un cliente habitual de esos negocios.

En el curso de los siglos XVII al XIX, la ciudad creció en todas direcciones. Aparecieron Conventos y numerosas iglesias, cuarteles militares, talleres y maestranzas. Casas quintas formaron lo que hoy son las comunas de Ñuñoa y Providencia, con predios agrícolas que las rodeaban. Familias acomodadas comenzaron a construir barrios elegantes, con grandes casas, con abundante servidumbre y grandes salones para recibir a sus amistades. También aparecieron barrios populares, con pequeñas casas de construcción precaria, de frente continuo, sin jardines, así como también conventillos y cités.

En el extremo norte de la ciudad, enfrentando el río, personas acomodadas construyeron mansiones que reemplazaron las casas de fiesta. A fines del siglo XIX, alguien de apellido Fritis, construyó una gran mansión en la esquina de Esmeralda con la calle de las Claras o Clarisas, hoy Mac Iver.

Años después, esa casa fue adquirida por otro Pedro, nacido en Aconcagua, en una rama empobrecida de una distinguida familia rural de apellido Aguirre. Gracias a sus méritos, Don Pedro había llegado a ser un brillante abogado y profesor universitario. Su preocupación por la llamada cuestión social, o sea la pobreza y miseria de la clase popular, campesinos y obreros, todos mestizos, que constituían la inmensa mayoría de la población chilena, lo llevó a incorporarse a la política. Fue parlamentario y como Ministro de Educación, se interesó especialmente en la educación escolar y en el desarrollo industrial.

Gracias a su exitosa carrera como abogado, pudo adquirir la casa esquina de Mac Iver con Esmeralda a comienzos del siglo XX. En sus amplios salones se reunió con los individuos más progresistas de la época, organizó su pensamiento político y social, producto de su experiencia pública, estudios y viajes, con permanencia en Europa y Norteamérica.

El 25 de octubre de 1938 llegó a ser Presidente de Chile, luchando por “Pan, Techo y Abrigo” para el pueblo y su lema fue Gobernar es Educar. Don Pedro era un hombre bajo y moreno, cariñosamente denominado “Don Tinto” por el pueblo y despectivamente descrito como “ese pedacito de carne morena” por sus enemigos de la derecha.

Debió vender su casa para pagar los gastos en que había incurrido para llevar adelante su campaña presidencial, en la cual triunfó el llamado Frente Popular, que se impuso a los partidos derechistas Liberal y Conservador, que por décadas habían gobernado el país.

Durante su gobierno, el primero francamente izquierdista de Chile, dio fuerte impulso a la educación pública, fundó la CORFO, que iniciaría el desarrollo industrial de Chile. Debió afrontar la reconstrucción de la zona entre Chillán y Concepción, afectada por el más mortífero terremoto que ha sufrido Chile. Creó las bases del Servicio Nacional de Salud, proyectando a la política a un joven médico de nombre Salvador Allende. Se preocupó del desarrollo sanitario y cultural del pueblo, creando un organismo que se denominó “Defensa de la Raza”. En algo que tiene un fuerte sentido familiar para mí, apoyó a mi padre, el Dr. Parmenio Yáñez, para que fundase y pusiera en funciones el primer centro de investigación dedicado a la Biología Marina, no solo de Chile, sino de toda América Latina.

Enfermo de tuberculosis, murió en La Moneda el 25 de noviembre de 1941, rodeado del afecto, cariño y sentimiento de los chilenos. Su muerte provocó un verdadero y profundo duelo nacional.

Generación de Medicina de 1965 de la U. de Chile se reunió por Videoconferencia

El pasado 26 de septiembre, los médicos titulados de la Universidad de Chile de la generación de 1965 realizaron una reunión vía zoom para conmemorar los 55 años de egreso. Si bien la reunión estaba planificada para abril y de forma presencial, la pandemia por Coronavirus obligó a reagendar y definir otro formato. Desde el mes de julio comenzaron a organizar el encuentro, que contó con el apoyo logístico de la Agrupación de Médicos Mayores del Colegio Médico de Chile, que facilitó la plataforma y soporte técnico.

El Dr. Ramiro Herrera, parte de la comisión organizadora del evento, destacó que “todos los compañeros quedaron muy agradecidos por el apoyo del Colegio Médico y la plataforma que nos facilitó, ya que no fue fácil juntar a personas de más de 80 años, pero estuvo muy ameno y quedamos contentos de poder encontrarnos”.

En la actividad los asistentes realizaron diversas reflexiones sobre la vida, la muerte y los compañeros que ya no están presentes y se destacó que un gran porcentaje de los médicos de la generación se distribuyeron en las especialidades de pediatría, obstetricia y ginecología, y cirugía. “Nuestra generación fue una buena fábrica de docentes, salubristas, artistas y pensadores. Tuvimos destacados maestros y profesores titulares”, recordaron.

Finalmente, el presidente de la Agrupación de Médicos Mayores, Dr. Álvaro Yáñez, valoró la iniciativa en medio de una pandemia, ya que “hay un mérito de reunirse y mantener el sentido de pertenencia en cada uno de ustedes”.