Dr. Darío Villanueva Orellana
Un amigo cirujano me pregunta ¿tú crees en las brujerías? Le contesto que no. Me responde: “no sé si creo, pero te voy a contar lo que sé”:
“Mi primer trabajo fue en Quellón, Chiloé, como Médico General de Zona. Allí, empecé a conocer sus creencias y mitos, pero lo que más me llamó la atención fue que siempre se hablaba de la existencia de brujos.
Antes de irme a Quellón, estuve un mes en el Hospital de Castro. Ahí un abogado me habló de la Recta Provincia, una historia de 1879, que se repite en cada generación. Un campesino chilote era juzgado por el asesinato de una persona, según él, era el principal brujo de una pequeña isla donde él vivía. Su justificación era que lo había contratado para que le resolviera un problema, pero que no había cumplido, por lo que se había arruinado y se estaban riendo de él.
Esta historia permitió revelar que existía una organización que tenía distribuida la Isla en algo similar a las comunas, cada una a cargo de un brujo que podía actuar como juez y resolver problemas. Actuaban como sicarios, hacían sanaciones, limpieza de casas, amarres, conjuros y ofrecían protección de otros brujos.
Era tal la influencia de la Recta Provincia que las autoridades tuvieron que intervenir. El año 1879 se inició un juicio a los brujos de la Recta Provincia, llegando a procesar a más de 100 personas. Aunque no hay antecedentes, la tradición señala que hubo fusilamientos y sentencias de cárcel para los jerarcas de esta organización de brujos.
Hasta aquí, todo eso real.
Un día se hospitalizó un hombre alto, inusual entre los chilotes. Pelo bastante largo, con una mirada extraña. Me llamó mucho la atención que lo trataban con mucho privilegio. Era el brujo de Compu (20 km. Al norte de Quellón), muy afamado. ‘Vienen a verlo hasta de Punta Arenas, de todas partes. Sanó al esposo de la jefa de Contabilidad que lo habían desahuciado en Valdivia y al esposo de otra funcionaria que tenía una enfermedad psiquiátrica de muchos años. Sanó a un paciente con una cirrosis hepática con ascitis, que había sido enviado a Valdivia, y ahí también fue desahuciado’, comentó mi informante.
Un día, un paciente me dice: Doctor, estoy aquí por solicitud de mis hijas, que están sufriendo mucho al verme enfermo en la casa. Voy a morir en cuatro días, después de la medianoche, van a pasar cosas muy extrañas, pero no hagan nada ni se asusten, porque desaparecen solas.
Efectivamente, ocurrió lo que él predijo y cuando murió se le llenó el cuerpo de gusanos, que a los cinco minutos desaparecieron. Al día siguiente, los funcionarios me informaron todo lo que pasó. Algunos estaban aterrados.
Un día, a primera hora, me esperaban varios funcionarios que habían estado de turno esa noche y me informan que a don José, el calderero, se le había aparecido un brujo a la salida de la cocina. Don José estaba tan mal, que lo fueron a dejar a su casa y alguien fue a reemplazarlo. Estuvo con licencia tres semanas. Volvió a trabajar y a la segunda semana, nuevamente se repite la visión del brujo. Ahí ya la cosa se puso seria y fueron a buscar al cura, quien tiró agua bendita por todos los lugares que le pidieron. También hizo una ceremonia religiosa que se repitió a la semana y santo remedio, pero don José no quiso volver a trabajar de noche.
Nunca más escuché hablar del brujo, hasta el día en que junto con mi colega, compadre y amigo Poncho asistíamos a una fiesta de despedida, ya que nos íbamos a la Beca. Se acerca un chofer de Ambulancia, muy buen funcionario, pero que a veces se desubicaba. Me dice muy seriamente: Doctor, necesito hablar en privado con Ud.:
‘¿Se acuerda de la aparición del brujo? Fui yo que le quise hacer una broma a don José y se salió de las manos’. Era tanto mi sentimiento de culpa que tuve que ir a confesarme con un cura en Ancud.
¡No creo en los brujos,caray, pero…!”