Joaquín Edwards Bello (1887-1968)

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Dr. Eduardo R. Medina Cárdenas

Médico especialista en Psiquiatría y Salud Pública. Maestro en Antropología Social. Doctor © en Antropología / emedina941@gmail.com 

Destacado cronista y novelista, nació en Valparaíso el 10 de mayo de 1887. Fue bautizado como Víctor Lorenzo Joaquín por sus padres Ana Luisa Bello Rozas -nieta de Andrés Bello- y Joaquín Edwards Garriga, un importante banquero. Estudió en The Mackay School, de Viña del Mar, y en el Liceo Eduardo de la Barra, de Valparaíso. En 1904, sus padres lo llevaron a estudiar a Europa (París, Londres, Madrid y otras capitales), pensando en una posible carrera diplomática o política, pero él decidió continuar en el periodismo y la creación literaria. En 1910 comienza a colaborar con los diarios La Mañana y El Mercurio y, desde 1917, por un lapso de 40 años, en el diario La Nación, donde aparecieron sus famosos “Jueves de Edwards Bello”. Su versatilidad era tan amplia que le permitía escribir sobre costumbres, crítica social, historia, ensayos breves, literatura, muerte, suicidios, semblanzas, crónicas de viajes, crónicas de guerra y hasta comentarios de cine.

Roberto Merino Rojo (Santiago, 1961, uno de sus compiladores) ha escrito: “Habría que decir que, más que maldito, fue un individuo incómodo e incomodante, un crítico permanente e impredecible de las costumbres nacionales, muchas veces caprichoso, motivado por traumas personales y convicciones arbitrarias, pero siempre dueño de un estilo veloz…”. Al mismo respecto, Enrique Bunster Tagle (1912-1976, otro de sus compiladores), decía: “Este estilo punzante, colorido y original, que metía en una canasta los huevos, el agua de colonia y la ropa sucia, fue el mejor aporte que el diario La Nación recibió”.

Sus obras le hicieron merecedor de los Premios Nacionales de Literatura (1943) y de Periodismo (1959). Además, en 1954 fue elegido miembro de la Academia Chilena de la Lengua, donde ocupó el sillón N° 11.

Recordadas son algunas de sus agudas frases: “Los demagogos vulgares, ansiosos de poder, condenan a los ricos y a los que gozan de la vida. Condenan sus vicios porque carecen de medios para procurárselos. Si consiguen el poder, se enriquecen y no tardan en imitar a la clase que derribaron y dan finalmente la torpe exhibición de sus naturalezas, tan débiles y viciosas como todas”. “Para que el futuro de Chile fuera halagador, sería necesario darlo vuelta como un calcetín. Vaciar el frasco y llenarlo con otro líquido”.

En las Crónicas Reunidas 1934-1935 encontramos: “Dentro de poco nos llegará dentro de la revista Vogue el poncho y el traje de huaso. Entonces nos parecerá muy elegante”; de la posición de Chile en Suramérica: “una larga y angosta faja de ají, grasa y envidia”; del factor religioso: “el chileno no es religioso, sino supersticioso” (de ahí su manía por colocar velas a las ánimas); otra de las características nacionales: “entramos por donde dice ‘salida’ y salimos por donde dice “entrada´. Si hacemos memoria, comprobaremos que la actitud hoy persiste: “lo bueno se calla, lo malo se proclama”. En carta dirigida a su amiga María Letelier (1947) se dio un desahogo: “Las partes sanas del país son los bomberos, los marinos y los boys scouts”.

No tenía compromisos con ideologías políticas y lanzaba sus dardos en todas las direcciones, de conservadores a comunistas; por eso, recibía flechazos desde todos los sectores, hasta se le tildaba de contradictorio, antipatriota, afrancesado. En algunos de sus artículos demostraba que también poseía el sentido del humor: “Es en el retrete donde más se medita. De ahí que la escultura “El Pensador”, de Rodin, pueda confundirse con un señor que hace la digestión”.

Se calcula que escribió alrededor de diez mil crónicas, para lo cual se apoyaba en su famoso archivo, que le permitía encontrar en pocos minutos cualquier dato, fecha, anécdota o frase célebre que necesitara citar. El trabajo de recortar y clasificar le tomaba tres horas diarias. Le gustaba escribir de pie en una mesa, nunca usó máquina de escribir, sus artículos los hacía a mano y llegaban al diario con correcciones y borrones.

Para un escritor como él todo estaba permitido. Siendo un hombre de acción, inquieto y movedizo, decía que no se resignaría a soportar una enfermedad entre camas de hospital, chatas y remedios. Víctima de una hemiplejía, que desde 1960 lo tuvo postrado, se suicidó el 19 de febrero de 1968 con el revólver Colt calibre 38 que cuando joven le había regalado su padre “para que se protegiera”.

Entre sus publicaciones destacan: “El inútil”, “El monstruo”, “El roto”, “El chileno en Madrid”, “Valparaíso, la ciudad del viento”, “Criollos en París”, “La chica del Crillón”, “Valparaíso, Fantasma”, entre tantos otros.

Todas estas referencias siguen al escritor y compilador Alfonso Calderón (1930-2009) en sus selecciones “El subterráneo de los Jesuitas y otros mitos” y “Joaquín Edwards Bello, el Marqués de Cuevas y Feópolis” (Biblioteca Popular Nascimento, Santiago de Chile, 1974), al escritor y periodista Matías Rafide, al periodista ROGAFLO “A 25 años de la muerte de J. Edwards Bello” y la Sección Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile.