Dr. Luis Cueto Sierra
En el siglo XVI, siglo de oro español, con la conquista de América, España se convierte en el centro comercial y financiero de Occidente, donde acuden los grandes banqueros europeos; la paradoja es que esa riqueza produce inflación y pobreza.
Los teólogos escolásticos de la Universidad de Salamanca, herederos de Francisco de Vitoria, preocupados por los conflictos morales del mercantilismo, con un estudio riguroso y genial, serían los precursores de un pensamiento económico moderno.
Respaldan la propiedad privada como legítima y necesaria; desarrollan los conceptos de ganancia, precios y sueldos justos; del interés sin usura y la “Teoría del Dinero” como base moral de las relaciones económicas. Contemplan el inicio del capitalismo, fomento de la industrialización, productividad, crecimiento demográfico, del regadío y forestación y la restricción de la expansión monetaria (inflación) y del consumo exagerado.
Precisan el bien común, respecto al derecho y a la justicia por sobre la fuerza.
Su influencia se extiende a toda Europa; serían desplazados luego por intereses mercantiles, para ser redescubiertos y admirados varios siglos después por insignes historiadores modernos.
Con el fracaso del Marxismo, el Libre Mercado aparece como la mejor receta para crear riqueza. Pero si no se respeta la naturaleza moral humana y los códigos éticos en el comercio y la política, se crean desigualdades aberrantes en el reparto de la riqueza y el despertar en el mundo de los indignados, que aprovechados por los populistas extremos, pueden llevar al gran caos.
Esta economía creadora de riqueza requiere controles técnicos y éticos para estar al servicio de todos y no de una privilegiada minoría. El Papado, recientemente, en la encíclica “Caritas in Veritas” lo expone magistralmente, pues reconoce el rescate de millones de personas de la pobreza y miseria, pero que sin los controles citados se causan inmensos e injustos desastres humanos.
Es impresionante que los conceptos económicos de los religiosos de la Escuela de Salamanca (siglo XVI) reclamen su vigencia visionaria más de cuatro siglos después de enunciados, para que junto al gran desarrollo tecnológico, sirva para mejorar la dignidad, la calidad de vida y el destierre de la ignominia, de la miseria y del hambre en el reino de este mundo nuestro.