Dr. Óscar Román A.
Ustedes me dirán que una persona es sana cuando se siente bien y no ha tenido ninguna enfermedad mantenida en el tiempo (crónica) y apagada como un volcán sin actividad.
Se supone que todos (o casi todos), nacemos sanos, sin enfermedades ni discapacidades notorias. Y así nos sentimos desde la niñez a la adultez joven, período en el que transcurre la mayor y mejor parte de nuestra vida. Sin embargo, en la vida moderna, muchas personas, por necesidades laborales, requieren un certificado médico para ser aceptados en trabajos con mayores exigencias físicas, como en la altura andina o en condiciones de túneles y galerías subterráneas o de sitios refrigerados.
En esos casos, con cierta frecuencia, como médico me ha tocado recibir a personas que requieren un examen de salud y su respetivo certificado para presentar en su empresa o labor fiscal. Tales personas esperan sentadas y tranquilas en la sala vecina a la oficina médica. Esperan con paciencia generalmente largo rato. De allí el nombre de “pacientes”, para algunos, y para otros, porque soportan pacientemente sus molestias y enfermedades. La secretaria o asistente, al anunciarlas, las denomina “paciente”, tal como si fueran enfermos.
Una vez examinados, y en ausencia de toda alteración o síntoma, el médico extiende un Certificado que expresa que tal persona no presenta enfermedad alguna y puede trabajar en cualquier tipo de tarea o actividad física. Al salir tal persona, le explico a la Secretaria que se trata de un “paciente sano”, aprovechando una denominación suscrita por una colega de la Universidad de Santiago.
Pero de inmediato surge la duda ¿será realmente sana esa persona que a la luz del día lo parece? Sabemos que hay enfermedades que se desarrollan y avanzan solapadamente por un cierto tiempo, antes de provocar dolor u otros síntomas. Algunos cánceres, enfermedades arteriales y metabólicas avanzan muchas veces sin síntomas o molestias. Pero allí están escondidas. ¿Por qué no las reconocemos a tiempo, si existen exámenes de laboratorio y tecnologías que permiten detectarlas a tiempo?
Existen dos razones básicas: el examen médico común, aún cuando sea completo, no las detecta, y la otra, que conociendo tal situación, ni el médico ni el paciente investigan más a fondo la situación orgánica de esa persona mediante la tecnología presente. Se cae así en una controversia clásica entre la investigación médica clínica y la exclusiva o apoyada por la tecnología.
En la experiencia algo reciente, los japoneses, frente a un suave y atípico dolor abdominal, realizaban de inmediato una Gastroscopía, examen técnicamente posible pero complejo y caro, que de inmediato apoyaba o descartaba la posible enfermedad gástrica. Fue un paso que sorprendía y afectaba la convicción médica de un diagnóstico con conocimiento riguroso y acabado del tipo de dolor, de la ausencia de otros síntomas colaterales y de un examen físico completo del paciente.
La Tecnología permitía, entonces, en este caso y en muchos otros, reconocer patologías, aun cuando solo fueran apenas sintomáticas o mejor, aún solo sospechables por el médico en relación a otros factores de riesgo o epidemiológicos, que en forma entendible, fueran frecuentes y acompañados por hábitos o conductas reconocidas como acompañantes o desencadenantes de esa enfermedad.
Debemos entonces aceptar que la tecnología bien indicada y establecida en sus directrices y objetivos, debe acompañar el examen médico en la mayoría de las enfermedades. Pero su indicación debe ser éticamente formulada, debido a que por su costo, significa un desembolso importante para el Estado y para los propios particulares, y por otro, permite la posibilidad de sobre demanda y ganancia no justificada para el médico o el equipo que la realiza.
Llegamos así a la conclusión que la tecnología bien indicada, ayuda considerablemente a reconocer a tiempo a la enfermedad y fundamentalmente, antes de su avance importante y peligroso. Por ende, el médico debe utilizar exámenes de laboratorio y tecnologías diagnósticas en forma preventiva, cuando los factores en juego en la población orientan a determinadas patologías. Así sucede con la elevación del colesterol, de la glicemia, de hormonas tiroideas, ováricas o prostáticas, entre las más frecuentes.
Por tanto, una presunta persona es sana cuando los exámenes anotados son normales. Pasa a ser realmente un paciente sano. En caso contrario, pasa a ser un enfermo sin molestias, pero portador de una enfermedad encubierta que debe ser tratada o prevenida en su desarrollo futuro con medidas dietéticas, o de otra naturaleza (control de malos hábitos, ejercicio, etc).
Existe un lado positivo de esta conducta de prevención y detección precoz de estas enfermedades: la sobrevida mayor y de calidad de vida si el resultado ha sido positivo. Pero, por el otro lado, aunque así fuese, se impone al paciente una carga emocional importante en cuanto a su futuro, que se ve amenazado por una enfermedad encubierta y solapada. De allí resulta fundamental que en la conversación médico-paciente se respondan las interrogantes con claridad y precisión por ambos lados.
Como establecen algunos autores, en el concepto de medicina preventiva, la salud implica ideas de optimización y perfeccionamiento de ella, lo cual conlleva dar un conocimiento anticipado de una condición de paciente sano que puede tener a veces inevitablemente, un resultado negativo.