Incendio

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Nota de la Comisión redactora de Adultos Mayores para Vida Médica: Aunque nuestro colega Dr. Pizarro no ha llegado a nuestras edades, aceptamos la publicación de su crónica en razón de su actualidad y calidad literaria.

Por Dr. Álvaro Pizarro Quevedo.

Me aproximo mostrando mi credencial que dice San Borja-Arriarán. A lo lejos, humo y restos del fuego. Restos de lo construido por el esfuerzo de muchos. Cerca, la cara arrugada de un guardia, que con un gesto me permite pasar. Al cruzar el umbral, escucho de sus labios un susurro: “Adelante, lo espera el caos”.

Me gusta pensar que azarosamente una lluvia de átomos logró reunirse, confabulando lo que somos: materia y antimateria. Una reunión de moléculas entre fuerzas desbordadas que nos atraen y nos expulsan. Un fugitivo posible que se nos escapó del campo minado de lo imposible. Un devenir constante, que limita consigo mismo. Una infructuosa lucha por detener o enlentecer la mirada.  Y en un abrir y cerrar de ojos, aparece la nada, siempre presente, antes y después de nosotros.

Veo a un colega residente con lápiz y papel organizando el desastre. Veo al jefe de Medicina recorriendo con su delantal abierto, como paloma, las camas/nido de los pacientes. Veo a los técnicos y enfermeras iluminando con su paso la oscuridad de la mirada de los enfermos. Veo a mis maestros de Medicina en cuclillas, buscando fichas perdidas. Veo a mi paciente, el que tiene las defensas por el suelo, con una mascarilla y una frazada como escudo protector. Espera su traslado, bajo una carpa, que lo protege de esa lluvia que, inesperadamente, cae sobre el estacionamiento, en este verano infernal, de este hospital que se consume bajo las llamas.

Disfruto saber que soy parte de una maraña, una hormiga del hormiguero, Que no puedo aspirar a más de lo que da mi entendimiento, que estoy limitado por el lenguaje, que soy producto de los errores y aciertos de mis ancestros, que nací en este mi Chile querido, con sus historias de sangre y esperanzas, que soy influenciado por doquier, por la prensa que me manipula y por los gobernantes que nos mienten. Y todo es vedad, cuando me posiciono en mi falsa libertad por un principio ineludible y que prontamente se cae a pedazos y todo es mentira cuando no puedo aferrarme a los salvavidas ofrecidos. Abandono religión, ideología y ciencia, para quedarme con este corazón que palpita y vuelve a palpitar cuando logra atisbar que es solo una parte, transitoria y fugaz, de esto inabordable e inexplicable que se llama vida.

Recuerdo el siguiente diálogo:

– Hoy me siento orgullosa, fue casi épico, pronto nos levantaremos como una gran familia.

– Resumes bien lo que pasa por nuestra cabeza en estos momentos, pero olvidas lo más importante,

– ¿Qué?

– Somos seres únicos y gregarios, a la vez. No podemos vivir sin el otro,

– ¿Y?

– No bastan los deseos. Serán otros quienes decidirán si vale la pena reconstruir un hospital para los marginados del sistema. Y si lo aceptan, pasarán meses o años antes de verlo con nuestros ojos.

– ¿Amaneciste optimista?

– Como siempre, a pesar del sol, una nube juguetona y gris me persigue hasta dejarme empapado.

Pandemia, incendios, aluviones, falta de trabajo, operativos represivos en territorio mapuche, un joven lanzado al río Mapocho, un malabarista muerto, vacunas robadas, negocio multimillonario para las farmacéuticas, países pobres sin vacunas, fiestas clandestinas, el gobierno de mercares buscando como salvar sus negocios en salud, previsión, educación, vivienda, forestales, salmoneras, mineras. Así vamos cruzando el verano, al borde de una catastrófica crisis mortal, según el jefe de la OMS, que algo debe saber.

Pienso en todo esto mientras recorro mi jardín, con un jugo dulce en la mano, para maridar un plato, cuyo contexto agrio es imposible de compensar. Es difícil seguir con este juego, no se puede vivir sabiéndolo todo. No se puede disfrutar una cerveza helada mientras muere un niño por falta de acceso a salud o comida.  Una copa de vino y millones no son vacunados. Un orgasmo mientras se enriquecen las Isapres y parte de un hospital público queda destruido.  Hay que optar, decidir qué ver y qué no ver, enfocar la vista y aguzar los sentidos, es decir, seleccionar y mutilar. Y quedarnos con eso, con atisbos de realidad. Con un poco de amor y un mendrugo de pan.

Un placer reconocer las limitaciones propias, un gusto descubrir lo intrincado del sistema que nos tiene oprimidos, un saborcito especial saber que la ilusión que nos da la sociedad de que somos libres, es sólo el comienzo para acceder a una propia libertad, que tiene su poco de pureza y su resto de oscuridad. En este goce pleno, logro sentir sueños compartidos o espacios comunes que se juntan y anhelan un cambio profundo, con aroma de Constitución. Insisto en invocar a Eros para que nos deleite con sus perfumes trasformadores de lo personal y de lo social y me emborracho pensando en las múltiples oportunidades que pueden surgir de las cenizas de un hospital.